Obedecer las reglas
¿Siempre debemos obedecer las reglas?
Nadie en el salón de clases se atrevió a levantar la mano para responder esa peligrosa pregunta. Si decíamos que sí, la próxima vez que el profe nos atrapara en falta, nos los echaría en cara. Si decíamos que no… bueno, pues quién sabe qué pasaría, pero como quiera nadie se animaba a levantar la mano. El silencio era tan grande que podía escucharse a Borolas, el pequeño hámster adoptado por el grupo, masticando su alimento. Poco después hasta él se quedó quieto, temiendo que la pregunta, que flotaba sobre las cabezas como una bola de fuego, cayera sobre su jaula. Justo en ese instante regresó Pedro del baño.
Pedro es alegre y risueño. Como se la pasa hablando de misiones espaciales y naves intergalácticas, el maestro suele decir que vive en la Luna. “Soy el Niño de la Luna”, repite muy sonriente, pues la luna es su cuerpo celeste favorito. “Lo mejor de la luna”, dice con enorme seguridad, es que la vida es más calmada. . Allá, tratar de correr no tiene ningún caso y saltar es mucho más divertido”.
Por alguna razón, Pedro logra encontrarle el lado amable a lo que sea que escuche. Quizá por eso, al entrar al salón y ver aquella pregunta escrita en el pizarrón, pero sobre todo, al ver nuestras caras de hoja en blanco, sin dudarlo levantó la mano y dijo muy sonriente:
—¡Siempre que hay una regla debemos obedecerla!
Esa era justo la respuesta que el maestro esperaba para lanzar una nueva y más temible pregunta, una que nos hizo a los demás aguantar la respiración y abrir grandes los ojos.
—¿Tú siempre obedeces las reglas? —preguntó el profe enfatizando la palabra “siempre”.
Todos miramos a Pedro, temiendo que no pudiera responder. Bueno, todos menos Borolas, que volvió a lo suyo con las croquetas, de seguro porque dentro de su hábitat, reducido, pero seguro, no hay reglas, sino que él hace y deshace a su antojo.
—Bueno, en honor a la verdad, no —titubeó el Niño de la Luna para continuar con—: me han pasado esas veces en que no he seguido las reglas.
—¿Te ha pasado? —preguntó el profe y, como suele hacer cuando quiere que le echemos coco a los que decimos, añadió algo más—: ¿quieres decir que desobedecer no es una decisión tuya?
De una pregunta a otra Julio nos hizo notar algo interesante: lo que Pedro acababa de decir era que al no seguir las reglas, esas que primero afirmó en tono decidido que debía obedecer, no era su responsabilidad, sino que le había pasado. Algo así como cuando vas muy confiado caminando por la calle y te cae una caca de pájaro, cosa que nada tiene que ver con tu voluntad, sino que es asunto del pájaro. Y aunque Pedro suele andar en la Luna, no tardó en darse cuenta de que se estaba contradiciendo, y mejor aún, que contradecirse es algo que se le da -como a todos, aunque no todos lo reconocemos con tanta gracia-. Al final, este Pedro -aunque quién sabe todos los otros- opina con una enorme sonrisa que, tratándose de reglas, hay que andarse con cuidado.
Ahora, ya más relajados, nos hemos dado a la tarea de indagar más acerca de esta pregunta. Viéndola con menos miedo y más curiosidad, nos ha hecho pensar acerca de las reglas con las que convivimos todos los días, aunque a veces no nos demos cuenta. Esas reglas son algo así como una herencia que recibimos de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, y que nos han dejado con alguna intención, algo sobre lo que también intentaremos averiguar.
Y tú, ¿siempre obedeces las reglas?
Muy pronto En Periplos niños se abrirán inscripciones para pensar juntos acerca de este importante asunto.